El gobierno nacional recientemente anunció la sanción de la ley 1715 que regula la integración de las energías renovables no convencionales al sistema energético nacional. Con esta norma se pretende fomentar la inversión, la investigación y el desarrollo de tecnologías limpias, además se creará el Fondo de Energías No Convencionales y Gestión Eficiente de la Energía.
También desde el ministerio de Minas y Energía se promoverá el desarrollo de soluciones híbridas que combinen fuentes locales de generación eléctrica con fuentes diesel, pero la política de ese despacho es ir sustituyendo progresivamente la generación con este combustible y así lograr reducir las emisiones de gases contaminantes.
Con el nuevo marco legal se establecerán planes para fomentar el aprovechamiento energético de la biomasa agrícola y forestal, los residuos sólidos que no sean susceptibles de reutilización y reciclaje, el recurso eólico, el potencial geotérmico y la energía solar.
El objetivo de la ley es loable, y pareciera que el gobierno estuviese pensando en el futuro del planeta, pero el hecho de dar vía libre a la explotación del petróleo y gas con la técnica del fracking (ver artículo del domingo 14 de septiembre en este diario), indica todo lo contrario.
Las leyes mal aplicadas generan daño a la sociedad
Además, hay que esperar cómo se implementa la ley, pues estamos acostumbrados a que leyes que parecieran favorecer la sociedad —al aplicarse hacen todo lo contrario— como sucede con el derecho a la tutela y el acoso laboral.
También es conveniente conocer las implicaciones que las energías renovables tienen para el medio ambiente y si efectivamente disminuyen la huella del carbono y no se continúa en ese camino suicida de la Tierra. Veamos qué dicen los científicos sobre ello.
Según un estudio dado a conocer por investigadores de la universidad de Leiden, en Holanda, la construcción de celdas solares requiere estaño, plata y mucho más aluminio que otras técnicas. Por su parte las turbinas eólicas exigen aleaciones con alto contenido de níquel. Extraer y refinar esos metales consumen mucha energía y los yacimientos tienen su límite.
El etanol de maíz sí que es un problema. Su cultivo necesita no solo inmensas cantidades de terreno y agua sino que compromete la producción de alimentos, como lo afirmó David Biello, redactor de Scientific American, especializado en energía y medio ambiente, en su artículo Biocombustibles: una promesa fallida, publicado este año en la edición especial con el título; El futuro de la energía II.
Al producir etanol se consume combustible fósil
Así mismo, reveló Biello que es necesario mucha energía para destilar etanol y que esa energía proviene de la quema de combustible fósil. Para completar el ciclo de desgracias que trae la producción de etanol a partir del maíz, hay que tener en cuenta que un litro de etanol apenas suministra al vehículo dos tercios de la energía de un litro de gasolina.
El etanol también proviene de la caña de azúcar y Brasil tiene una buena experiencia en este campo, pues produce cerca de 26.500 millones de litros al año. Este combustible es llamativo porque proporciona más energía que el etanol producido del maíz e igualmente deja su huella del carbono en todo el proceso y gasta energía fósil en su obtención, además están destruyendo el Amazonas. Así que la alternativa del etanol tiene sus riesgos.
De las misma manera como lo resaltó Biello, los expertos opinan que toda la energía que proporciona los cultivos actuales, incluyendo los que sirven de cultivo al ganado, los árboles de las madereras y los de la industria del papel, apenas proporcionan alrededor de un tercio del consumo de energía mundial, lo cual es muy poco para tanto daño.
Angela Karp, directora científica del Centro para la Bioenergía y Cambio Climático del Instituto de Investigaciones Rothamsted del Reino Unido, manifestó que los biocombustibles de primera generación requieren un gran aporte de insumos como agua y nitrógeno, lo que afecta también a las emisiones de efecto invernadero.
A su turno Nigel Mortimer, consultor en energías renovables y sostenibilidad y en el pasado director de desarrollo de energías sostenibles en la universidad Hallam Sheffield, también del Reino Unido, según sus estudios, recalcó que la mayoría de las veces los biocombustibles solo contribuyen a una reducción mínima en las emisiones.
La biomasa todavía no es solución
Una aparente solución estaría en los biocombustibles de segunda generación, aquellos que procederían de los desechos vegetales sin valor nutritivo. Se calcula que todos los años más de 40 millones de toneladas de material vegetal no comestible se desperdician, esa cifra da esperanzas si se convirtiera en biocombustible.
Infortunadamente por ahora, descomponer la lignocelulosa y los compuestos poliméricos presentes en estas biomasas no es fácil, se necesita de enzimas que por el momento resultan caras, así que la extracción de estos biocombustibles lleva implícito retos biotecnológicos y químicos.
Una alternativa más sana podría estar en la energía termosolar o calefactores solares. Ya se tiene la experiencia de Rizhao, una zona metropolitana de China de tres millones de habitantes donde casi todas las edificaciones urbanas se calientan por energía solar.
Independientemente de las soluciones que vengan, es urgente que se replanteen las tendencias actuales de crecimiento tanto de la población como de la industria, además se debe reflexionar acerca del desaforado consumismo de sectores de la sociedad que tienen el lujo del desperdicio.
Por Diego Arias Serna
Presidente Fundación Semillero Científico EAM
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